No recuerdo cómo te conocí hace 18 años. Estábamos en el mismo grado y empezamos a convivir.
Recuerdo que teníamos muchas cosas en común y que disfrutábamos de la compañía de la otra. Visitaba tu casa con frecuencia; siempre me pareció una casa de cuento, con sus vigas de madera y rodeada de árboles. Una casa que me transmitía tranquilidad.
Pasábamos horas hablando por teléfono. No sé de qué hablábamos; solo sé que me gustaba cantar mientras hablábamos y, alguna vez, me diste un cumplido al respecto. También me lo escribiste en una nota que ojalá hubiera guardado. Tú también cantabas, y eso me inspiraba. Me inspirabas en muchas cosas.
Solíamos arrinconarnos frente a tu computadora para jugar en línea. Los juegos de Barbie eran nuestros favoritos. Era 2007: no existían las redes sociales. Nos sentíamos escritoras cuando participábamos en foros, y nos lo tomábamos muy en serio. Disfrutábamos de Twilight, de Tumblr, de WeHeartIt, de los Sims.
Siempre fuiste muy creativa. Aprendiste a usar Photoshop y hacías diseños hermosos para los foros. He de confesar que yo también lo intentaba, pero me frustraba que nunca me salieran como los tuyos.
Sigo asociando el clima nublado contigo. Cada vez que paso por el lugar en donde vivías, o si el día amanece gris, me acuerdo de ti. De hecho, estoy segura de que mi necesidad de escuchar música nostálgica y disfrutar los días nublados es gracias a ti.
Éramos como un dúo de película de Disney Channel: tú, rubia; yo, castaña. Cumplíamos años el mismo día, con dos meses de diferencia. Tú, agua; yo, tierra. Me parecía una amistad mágica.
Te mudaste de ciudad, y dejamos de ser amigas. Intentamos mantener el vínculo, pero ya no podíamos frecuentarnos como antes. La amistad no avanzó más.
Crecimos, cambiamos, la vida siguió.
Hoy nos seguimos en redes sociales. Te guardo un cariño profundo por lo que compartimos. A veces me acuerdo de ti, y me pregunto en qué has cambiado. Estoy segura de que ya no eres la misma que conocí, igual que yo ya no soy la que fui contigo.